Esta frase de Antoine de Saint-Exupéry, contenida en su famosa obra El Principito, me provoca admiración y mucho respeto. Además de su simbolismo y las verdades que encierra, me sorprende que fue escrita en plena Segunda Guerra Mundial. O sea, en medio de terribles confrontaciones provocadas por ideologías encontradas. Nadie pensaría que un piloto de las fuerzas francesas destacado en África pudiera abstraerse de la espantosa realidad que lo rodeaba y conservar su capacidad de ver con el corazón. De tener la sensibilidad de estar atento a pequeños detalles y dedicarse a exaltar el valor de las personas y las relaciones humanas.
En general, la vida de esta autor fue muy difícil. A la edad de cuatro años quedó huérfano de padre. Durante su vida adulta, además de vivir el horror de la guerra, sufrió dos aparatosos accidentes aéreos. Como si fuera poco, en una ocasión, durante la Guerra Civil española, los milicianos lo hicieron prisionero.
No obstante, no albergó sentimientos negativos. De todas sus experiencias extrajo valiosas reflexiones sobre el valor de la vida y el respeto a la persona. En su obra Carta a un rehén, escrita en 1943, al igual que El Principito, dice: “somos, los unos para los otros, peregrinos que a lo largo de caminos diversos penamos con destino a la misma cita”.
Desaprueba la falta de respeto a cualquier persona por su raza, por sus ideologías o por cualquier otro motivo. Sin el respeto a su dignidad, la persona pierde su poder esencial: transformarse a sí mismo y al entorno que lo rodea.
La influencia de su madre, Marie de Fonslocombe, fue determinante. Ella lo incentivó desde chico a leer y a amar la música y, lo más importante, lo educó en el respeto a los valores. En una de las múltiples cartas que le envió, él le dice: “Usted no alcanza a imaginar esta inmensa gratitud que le profeso, ni qué casa de recuerdos me ha regalado”.
La época en que nos ha tocado vivir no es de guerra, pero nos bombardean de otras formas. Es una época en la que priman las apariencias, la búsqueda de riqueza, poder y confort. Esto sin importar los medios con qué se consigan. El día a día, la televisión, las redes sociales, la publicidad nos presentan, a nosotros y a nuestros hijos, ejemplos de actitudes y acciones retorcidas. Actitudes deshumanizantes , que priorizan el dinero, el lujo, el tener y el parecer.
Como padres y educadores enfrentamos el gran reto de enseñar a nuestros chicos a ver con el corazón a través de las apariencias y despliegues. Hagámosle ver el valor de gestos como brindar una sonrisa, ofrecer una muestra de afecto, alentar una persona enferma, ceder el asiento a un mayor. También a escuchar con respeto ideas contrarias a las propias, a perdonar una ofensa y otras muchas otras acciones como estas. Las mismas suelen pasar desapercibidas para la mayoría, pero son fundamentales para crear entornos de respeto y de armonía.
Enseñémosle que, sin importar las circuntancias que nos rodean, lo importante son los valores humanos. Exhortémosles a no dejarse deslumbrar por caminos engañosos, sino a crecer y superarse. De este modo llegarán a ser ciudadanos de bien, comprometidos con ellos mismos y con la sociedad que los alberga. Eso es lo esencial.
Fuentes:
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/saint__exupery.htm
https://www.mujerhoy.com/corazon/famosos-vip/todas-rosas-antoine-saintexupery-861909032015.html